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Cada vez más niños ven porno desde los 8 años: lo que los padres no están viendo (y deberían saber)
Mientras algunas voces públicas relatan su exposición al porno como parte de su historia personal, los estudios muestran que miles de niñas y niños acceden a contenido para adultos antes de los 11 años. ¿Cómo impacta esto su desarrollo y qué relación guarda con el auge de plataformas donde los jóvenes se autoexponen?

La reciente aparición de Lily Phillips en el programa Newsnight de la BBC ha desatado controversia en el Reino Unido. Esta joven de 23 años, famosa por su contenido en OnlyFans y sus llamativos “retos” sexuales, como mantener relaciones con cien hombres en un día y luego aumentar ese número a mil en 24 horas, ha generado debate. Durante la entrevista, habló sobre su temprana inmersión en la industria pornográfica y su perspectiva sobre el “empoderamiento femenino” a través de la sexualidad explícita.
En su entrevista con la periodista Victoria Derbyshire en Newsnight, Lily Phillips confesó que tuvo su primer contacto con la pornografía a los 11 años.
Según ella, un consumo moderado de este tipo de contenido puede ser “muy positivo”, pero advirtió que la exposición a material extremo podría ser perjudicial para los jóvenes. Phillips también expresó que esa experiencia temprana la hizo sentirse “sexualmente segura” y la considera una influencia positiva en su vida. Estas afirmaciones han desatado críticas por promover la normalización de la pornografía y han avivado el debate sobre su impacto en la sociedad.
Más allá del caso individual, declaraciones como esta nos obligan a mirar un fenómeno que ya está documentado por múltiples estudios: niñas y niños están accediendo a pornografía desde edades cada vez más tempranas, incluso desde los 8 años, muchas veces sin intención ni supervisión adulta.
Esta tendencia, silenciosa pero extendida, plantea preguntas urgentes:
¿Qué impacto tiene en su desarrollo emocional y sexual?
¿Qué pasa cuando su primer contacto con la sexualidad ocurre a través de una pantalla?
¿Y cómo se vincula esto con fenómenos actuales como la autoexposición en redes o plataformas como OnlyFans?
En este artículo buscamos responder esas preguntas desde la evidencia científica, la reflexión sobre la crianza digital y el compromiso de acompañar a nuestros hijos en un entorno que cambia más rápido de lo que imaginamos.
¿A qué edad están viendo pornografía nuestros hijos?
Cuando pensamos en consumo de pornografía, solemos imaginar que ocurre en la adolescencia tardía o incluso en la adultez. Pero los datos dicen otra cosa. Diversos estudios internacionales confirman que la primera exposición a contenidos pornográficos está ocurriendo cada vez más temprano, incluso desde los 8 años.
Un informe de Common Sense Media en Estados Unidos reveló que más de la mitad de los adolescentes entre 13 y 17 años vieron pornografía por primera vez a los 13 años o antes, y un 15 % lo hizo a los 10 años o menos. En el Reino Unido, la oficina de la Children’s Commissioner encontró que uno de cada cuatro jóvenes ya había accedido a este tipo de contenido antes de los 11 años, y un 10 % antes de los 9.
En España, la organización Save the Children ha alertado sobre esta misma tendencia: según sus investigaciones, la edad promedio de inicio está entre los 11 y 12 años, aunque también se reportan casos desde los 8. Y aunque suele haber una diferencia entre géneros (los varones se exponen antes que las mujeres), el fenómeno alcanza a ambos.

¿Cómo llegan los niños al porno?
No siempre ocurre por curiosidad o búsqueda intencionada. En muchos casos, el acceso es accidental: un enlace en una red social, un mensaje entre compañeros, una búsqueda inocente que termina redirigiendo a sitios no apropiados. Basta con un clic mal dirigido para que un niño o niña se enfrente a imágenes o videos para los que no está preparado.
Lo más alarmante es que, en la mayoría de los hogares, los adultos no saben que esto ya ocurrió. La exposición a la pornografía suele suceder en silencio, y los niños no suelen contar lo que vieron, ya sea por vergüenza, culpa o miedo a ser castigados. Esto significa que cuando los padres se enteran, muchas veces ya es tarde para prevenir, y toca reparar.
¿Por qué es tan importante prestar atención?
Porque el cerebro en desarrollo de un niño o niña no puede procesar ni contextualizar adecuadamente este tipo de contenidos. A esa edad, todavía están construyendo sus ideas sobre el cuerpo, el respeto, el afecto y los vínculos. La pornografía —por su forma, sus códigos y su lógica— no está pensada para educar, sino para impactar, y puede dejar una huella significativa si se convierte en la primera fuente de “educación sexual”.
Este punto es clave en la crianza digital: no se trata solo de evitar el acceso, sino de saber qué está pasando, cuándo, y cómo hablarlo antes de que lo haga una pantalla.

Las consecuencias del porno a edades tempranas
La exposición a la pornografía durante la infancia o la preadolescencia no es una experiencia neutra. Numerosos estudios psicológicos y neurocientíficos han advertido que consumir este tipo de contenido antes de estar emocional y cognitivamente preparado puede generar confusión, ansiedad, inseguridad y una visión distorsionada de la sexualidad.
¿Qué efectos puede tener?
1. Confusión emocional y sexual
Los niños y niñas que se exponen al porno sin saber qué están viendo —y sin alguien que los acompañe a procesarlo— suelen experimentar miedo, asco o culpa, además de dudas sobre su propio cuerpo o el de otros. Muchas veces, lo que ven contradice lo que entienden por afecto, intimidad o respeto.
2. Normalización de conductas violentas o degradantes
La mayor parte del contenido pornográfico que circula en línea representa relaciones sin afecto, sin consentimiento claro y con dinámicas de dominación. Exponerse a estas escenas como primer modelo puede hacer que niños y adolescentes internalicen esos patrones como algo normal o esperado en sus relaciones futuras.
3. Distorsión de la percepción del cuerpo y de las relaciones
El porno ofrece imágenes irreales y altamente estandarizadas del cuerpo humano, el deseo y las relaciones íntimas. Al ver esto a edades tempranas, muchos jóvenes comienzan a compararse y a sentirse inadecuados, lo que puede afectar su autoestima y su salud emocional. Además, aprenden que el cuerpo vale por su apariencia o por el deseo que genera en otros, no por lo que siente o representa.
4. Riesgo de consumo compulsivo
El sistema de recompensa del cerebro adolescente es especialmente sensible a estímulos intensos. La exposición repetida a contenido sexual explícito puede volverse adictiva o compulsiva, afectando otras áreas de la vida: rendimiento escolar, relaciones sociales, sueño, e incluso la capacidad de disfrutar el contacto humano real.
5. Desconexión entre sexualidad y afecto
Cuando la primera fuente de información sexual es la pornografía, se corre el riesgo de separar la sexualidad de la empatía, la comunicación y el respeto. Lo íntimo se convierte en espectáculo. Lo relacional, en algo que se omite. Esto puede dificultar el desarrollo de relaciones afectivas sanas.
No se trata de “demonizar” la sexualidad, sino de reconocer que la pornografía no está diseñada para educar a niñas, niños ni adolescentes, y que consumirla antes de tiempo puede tener consecuencias emocionales, cognitivas y sociales que persisten en el tiempo.
Por eso, acompañar desde el hogar con una conversación informada, abierta y respetuosa, puede marcar la diferencia entre la confusión y la comprensión, entre la culpa y el cuidado.

De espectadores a creadores: el paso a la autoexposición
Uno de los cambios más profundos de esta generación es que la pornografía ya no solo se consume: también se produce desde los dispositivos personales. Plataformas como OnlyFans, entre otras, han visibilizado una nueva forma de exposición íntima que muchos jóvenes ven como una oportunidad, una forma de validación o incluso un medio de ingresos.
Lo preocupante es que, para varios de ellos, la autoexposición no surge de la libertad, sino de la familiaridad. Han crecido viendo cuerpos disponibles, sexualidad sin afecto y relaciones sin límites. Y al no haber una conversación previa en casa, terminan replicando esos modelos como si fueran los únicos posibles.
Una generación acostumbrada a mostrarse
Las redes sociales también han aportado a esta cultura: el like, el comentario, el corazón o la suscripción funcionan como moneda de validación. Para muchos adolescentes, la autoestima se entrelaza con la mirada ajena, y el cuerpo —especialmente en el caso de las chicas— se convierte en una herramienta para obtener atención y reconocimiento.
¿Qué tiene que ver esto con la pornografía? Mucho. Porque cuando lo sexualizado se vuelve cotidiano, y cuando lo íntimo se presenta como contenido, la línea entre lo privado y lo público se desdibuja. No es raro que adolescentes que vieron pornografía desde temprana edad empiecen a compartir imágenes sugestivas, a normalizar el envío de fotos íntimas (sexting), o incluso a interesarse por plataformas que recompensan la exposición.
¿Y si son menores?
Aunque plataformas como OnlyFans exigen ser mayor de edad para abrir una cuenta, se han documentado casos de adolescentes que logran evadir los filtros de verificación o que son inducidos a compartir contenido íntimo por terceros. Esto no solo representa un riesgo emocional y psicológico enorme, sino también una posible situación de explotación.
Lo más grave es que muchos de estos jóvenes no se sienten víctimas, sino parte de una dinámica que ya interiorizaron como normal. Si crecieron viendo contenido sexual explícito sin una guía afectiva o crítica, es más probable que interpreten la autoexposición como empoderamiento, sin tener aún el criterio o la madurez para medir sus consecuencias.
Pasar de consumidores a productores de contenido íntimo no es un salto espontáneo, es muchas veces la consecuencia lógica de un entorno sin conversación, sin orientación y con pantallas que lo muestran todo, antes de que nadie lo haya explicado.
Por eso, como madres y padres, debemos dejar de pensar que esto "no le pasa a los nuestros" y empezar a hablar antes de que sea tarde.

¿Qué podemos hacer madres y padres?
Puede parecer abrumador. Pero no estamos solos, ni llegamos tarde. La prevención no comienza con un control parental, sino con una conversación. Estas son algunas acciones concretas que sí están en nuestras manos:
Hablar, antes de que lo hagan las pantallas
La conversación sobre sexualidad y entorno digital no puede esperar a la adolescencia. Hay que empezar desde pequeños, adaptando el lenguaje a cada etapa, con naturalidad y sin miedo. Si el tema es tabú en casa, los niños buscarán respuestas en internet… y ahí el contenido no educa: desinforma.
Educar desde la evidencia, no desde el miedo
Hablar de pornografía no significa promoverla, significa prepararlos para que no sea su única fuente de información sobre el cuerpo, el placer o el afecto. Enseñemos a distinguir realidad de ficción, y a reconocer cuándo algo les incomoda, les genera dudas o no es apropiado para su edad.
Acompañar su vida digital
Supervisar no es invadir. Es estar presentes en lo que hacen, qué ven, qué redes usan, cómo interactúan y con quién. Existen herramientas de control parental, sí, pero ninguna reemplaza a la presencia afectiva ni a la curiosidad genuina por entender su mundo.
Validar lo que sienten, incluso si no lo entienden
Muchos niños se enfrentan al porno sin buscarlo y se sienten mal, confundidos o asustados. Si alguna vez te lo cuentan, no los regañes. Escucha, valida, y conviértelo en una oportunidad para crecer juntos.
Cuando la pantalla enseña antes que tú
Las cifras son claras. Cada vez más niñas y niños ven pornografía desde los 8 años. Pero no todo está perdido. La clave está en estar presentes antes de que lo estén los algoritmos.
Este no es un problema “de los otros”. Es un llamado a mirar de frente una realidad que ya habita las mochilas escolares, los chats de grupo, las pestañas ocultas del navegador.
Si no hablamos con nuestros hijos, alguien más lo hará. Y puede que lo haga desde una lógica de consumo, de cosificación y de espectáculo que poco tiene que ver con el respeto, la empatía y el cuidado que queremos enseñarles.
Hablar a tiempo es una forma de cuidar. Y cuidar es, también, criar en lo digital.
Libros que te recomiendo
Fuentes y materiales recomendados
📊 Estudios citados:
Common Sense Media. (2023). Teens and pornography. Common Sense Media. https://www.commonsensemedia.org/research/teens-and-pornography
Children’s Commissioner for England. (2023). ‘A lot of it is actually just abuse’: Young people and pornography. https://www.childrenscommissioner.gov.uk/resource/a-lot-of-it-is-actually-just-abuse-young-people-and-pornography/
Sanjuán, C., & del Moral, C. (Coords.). (2020). (Des)información sexual: Pornografía y adolescencia. Save the Children España. https://www.savethechildren.es/informe-desinformacion-sexual-pornografia-y-adolescenciaHomes Igualitaris+8Bienestar y Protección Infantil+8Bienestar y Protección Infantil+8
Navarro, F. (2025, abril 11). La BBC desata indignación al entrevistar a Lily Phillips: “Empecé a consumir pornografía con 11 años”. Artículo14.es. https://www.articulo14.es/cultura/la-bbc-desata-indignacion-al-entrevistar-a-lily-phillips-empece-a-consumir-pornografia-con-11-anos-20250411.html
📚 Recomendaciones para profundizar:
Libro: Habla con ellos de sexualidad – S. Tisseron
Charla TED: ¿Qué ven nuestros hijos en internet cuando no estamos mirando?
Guías de Save the Children sobre uso de pantallas y educación sexual
Recursos de PantallasAmigas y Common Sense Media para familias

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