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El legado del Papa Francisco en la era digital: lo que nos dijo sobre crianza y tecnología
En medio de su partida, recordamos las reflexiones de una de las voces más influyentes del siglo XXI sobre cómo criar a niños y adolescentes en un mundo lleno de pantallas.

Fue la mañana del 21 de abril de 2025 cuando la noticia dio la vuelta al mundo: el Papa Francisco había fallecido a los 88 años, en la residencia de Santa Marta, tras varias semanas de complicaciones de salud. Era el primer Papa latinoamericano y uno de los líderes más influyentes del siglo XXI. Durante más de una década, su voz resonó no solo en templos, sino también en foros internacionales, medios de comunicación y redes sociales.
Y aunque muchos lo recordarán por su carisma, su mirada inclusiva o su compromiso con los más vulnerables, hay un aspecto menos conocido de su legado: su mirada sobre el impacto de la tecnología en la infancia y la adolescencia.
En tiempos donde el celular acompaña cada etapa del crecimiento y los algoritmos deciden mucho más de lo que imaginamos, Francisco fue una de las pocas figuras mundiales que habló del tema con firmeza y sin ambigüedades. Habló de celulares en la mesa, del aislamiento digital, del ciberacoso, de la falta de límites, del papel de las plataformas, y de lo que realmente significa acompañar a niños y adolescentes en un entorno hiperconectado.
En este post, queremos recuperar algunas de sus reflexiones más valiosas. Porque cuando una figura así parte, vale la pena preguntarnos no solo qué hizo, sino también qué nos dijo. Y si sus palabras siguen teniendo sentido en la crianza que intentamos construir cada día.
Este no es un post religioso. Queremos hablar de Francisco el hombre: una de las voces más influyentes del mundo contemporáneo en temas humanos, éticos y sociales.

La tecnología en casa: un llamado al encuentro
En su documento Amoris Laetitia (2016), dedicado a reflexionar sobre los desafíos de las familias actuales, Francisco puso el foco en una escena que muchas madres y padres reconocen de inmediato: la cena familiar donde cada miembro está pendiente de su propio celular. Habló del riesgo de que la tecnología, usada sin criterio, rompa los espacios de intimidad y vuelva invisibles las oportunidades para el diálogo.
No pidió prohibiciones ni soluciones extremas. Habló de educar en la espera, en el uso con moderación, en la presencia plena. Usó una expresión que incomoda pero refleja bien lo que puede ocurrir: “autismo tecnológico”, para describir la desconexión emocional que genera una infancia expuesta en exceso a pantallas, sin adultos presentes que ayuden a interpretar lo que ven, sienten o consumen.
Su llamado no fue solo a los padres, sino también a la cultura del “todo rápido” que nos rodea. Decía que la crianza necesita desacelerarse, enseñar a postergar recompensas, a sostener conversaciones sin interrupciones, a mirar a los ojos. Y que todo eso, que parece simple, es hoy un acto casi revolucionario frente al vértigo digital.
En lugar de alertas exageradas o soluciones mágicas, propuso algo más difícil pero más transformador: volver a priorizar el encuentro, lo cotidiano compartido, los tiempos sin pantalla que no son castigo, sino oportunidad. Su mensaje fue claro: la tecnología no es el problema. El problema es que a veces deja de ser herramienta y se vuelve sustituto.
Protección en línea: infancia y adolescencia en el centro
Durante los congresos internacionales “La dignidad del menor en el mundo digital” (Roma, 2017 y 2019), el Papa Francisco alzó la voz con una claridad que aún resuena. Frente a académicos, líderes tecnológicos, representantes de empresas como Apple, Google y Facebook, y autoridades de gobierno, lanzó una advertencia urgente: no estábamos haciendo lo suficiente para proteger a niños y adolescentes en el entorno digital.
Nombró con firmeza los riesgos que hoy muchas familias enfrentan en silencio: la exposición temprana a contenidos pornográficos extremos, el aumento del sexting entre adolescentes, el ciberacoso como forma de violencia moral, la manipulación emocional y la falta de regulaciones claras en muchas plataformas. Habló de un problema global que —dijo— no podía dejarse solo en manos de las familias.
Su postura fue clara: “No basta con comprender, hay que actuar”. Y en esa frase resumió uno de sus llamados más potentes: la infancia digital necesita más que buenas intenciones. Requiere marcos legales actualizados, mecanismos de verificación de edad reales, sistemas efectivos para denunciar abusos y un compromiso ético de las empresas tecnológicas.
Francisco no se limitó a condenar: propuso. Pidió que las plataformas incorporen la seguridad infantil desde el diseño. Que la protección de los menores no dependa únicamente del “control parental”, sino que forme parte del ADN de cualquier tecnología. Que la colaboración entre gobiernos, familias, educadores y empresas deje de ser un ideal para convertirse en una política concreta.
Lo dijo con contundencia:
“La dignidad de los menores en el mundo digital debe ser protegida con el mismo empeño con que protegemos su cuerpo e integridad emocional en el mundo físico.”
En un tiempo donde lo digital avanza más rápido que la legislación y la conciencia pública, su mensaje sigue siendo uno de los más lúcidos: los derechos de la infancia no terminan donde empieza la pantalla.
El Papa Francisco también habló directamente a los jóvenes. No para regañarlos, sino para acompañarlos. En su exhortación Christus Vivit (2019), publicada tras un encuentro internacional dedicado a la juventud, reconoció que los jóvenes de hoy crecen en un entorno completamente digitalizado, donde la identidad, las relaciones y hasta los sueños se construyen entre pantallas.

El Papa Francisco se fotografía con unos fieles durante la Audiencia. Foto: Vatican Media
Celebró lo positivo: la creatividad, el activismo, el acceso al conocimiento y la posibilidad de conectarse con otros más allá de fronteras. Pero también advirtió sobre el “lado B” de la conectividad constante: la soledad, la exposición a la manipulación emocional, la adicción a las notificaciones, la desconexión con el mundo físico.
“El entorno digital también es un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia… Puede exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de pérdida progresiva de contacto con la realidad concreta”.
Y también señaló algo que muchos padres y madres observan con preocupación: cómo el uso constante de redes puede distorsionar la percepción de la sexualidad, la autoestima y el valor personal.
Pero lejos de condenar a los jóvenes o pedir que se desconecten por completo, propuso otra ruta: una mirada crítica, ética y libre. Insistió en que los adolescentes no están destinados a ser “víctimas pasivas” del entorno digital, sino protagonistas que pueden elegir cómo, cuánto y para qué usar la tecnología.
En una conversación informal con jóvenes en Roma, contó cómo en una visita a una escuela notó que “nadie daba la mano, todos pedían selfies”. Y remató con una frase que ya forma parte de su legado:
“Que el celular no les quite la libertad.”
En tiempos donde los adolescentes aprenden antes a deslizar con el pulgar que a mirar a los ojos, su invitación sigue vigente: no se trata de apagar los celulares, sino de encender el criterio.
Crianza digital con ética, criterio y tiempo compartido
A lo largo de sus intervenciones, Francisco no llamó a prohibir la tecnología ni a demonizar los dispositivos. Lo que propuso fue más difícil —y más útil—: acompañar, comprender y poner límites con sentido. En un mundo donde los niños acceden a pantallas desde los primeros años, habló del rol insustituible de las familias en la formación del criterio.
Dijo que no podemos dejar solos a los chicos frente al algoritmo. Que el “control parental” no sustituye el diálogo. Que los filtros no reemplazan el ejemplo. Y que educar para la vida digital no se trata solo de apagar la pantalla, sino de encender conversaciones, curiosidad y pensamiento crítico.
También apeló al compromiso de todos los sectores. No basta con decirle a un padre o madre que controle el uso del celular si las plataformas están diseñadas para enganchar, si los juegos incluyen apuestas disfrazadas de recompensas, o si los modelos que triunfan en redes normalizan la humillación o la sobreexposición.
Francisco fue claro: la crianza digital es una responsabilidad compartida. Las empresas deben priorizar la protección infantil en el diseño de sus servicios. Los gobiernos tienen que actualizar sus leyes para enfrentar las nuevas formas de daño digital. Y los educadores necesitan herramientas para ayudar a los chicos a navegar ese entorno sin perder el equilibrio.
Al final, su mensaje puede resumirse así: la tecnología no es buena ni mala en sí misma. Depende de cómo, cuánto, para qué y con quién se use. Y esa conversación —incómoda a veces, urgente siempre— tiene que empezar en casa.
Un legado para padres, madres y cuidadores
Hoy, desde Te Dejo el Dato, elegimos recordar al Papa Francisco no desde su rol institucional, sino por la relevancia de sus palabras en el presente que vivimos como adultos responsables de una nueva generación. Su legado no solo está en las grandes audiencias o discursos formales, sino también en frases que nos interpelan como madres, padres, educadores o cuidadores en tiempos digitales.
Nos dijo, en otras palabras, que no hay app que reemplace el vínculo humano, que no hay red social que sustituya una conversación con escucha real, y que no podemos delegar la crianza digital a los algoritmos. Nos recordó que los chicos necesitan herramientas, no solo advertencias; límites, pero también explicaciones; acompañamiento, no solo control.
Y sobre todo, que la dignidad de la infancia también se juega en la pantalla. En lo que ven, en lo que comparten, en lo que consumen sin entender, en lo que nadie les ayuda a nombrar.
Hoy que su voz ya no podrá intervenir en los debates que vendrán, vale la pena preguntarnos:
¿Estamos escuchando lo que ya dijo?
“La dignidad de los niños en el mundo digital debe ser protegida con el mismo empeño con el que protegemos su cuerpo e integridad emocional en el mundo físico.”
Este post no es religioso. Es una invitación a recuperar el pensamiento de Francisco como una figura global que se atrevió a hablar con claridad sobre uno de los temas más urgentes de nuestra época: cómo criar a nuestras hijas e hijos en la era digital.
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